¿Qué surgiría de un intercambio de opiniones entre los pensadores más importantes de la historia? Para salir de dudas, hemos invitado a once de ellos a una tertulia imaginaria.
Moderadora: Hola. Tenemos el placer de encontrarnos en una reunión imaginaria situada en un mundo fuera de este mundo, a la que hemos convocado a un grupo de eminentes filósofos para discutir algunas cuestiones fundamentales. Tenemos ante nosotros y nosotras a Platón, Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás, Descartes, Hume, Kant, Hegel, Marx, Sartre y Nietzsche. Sabemos que, antiguamente, los saberes se dividían en aquellos que se ocupan del mundo, esto es, la Ciencia, la Historia y la Geografía, los que se ocupan del ser humano, la Medicina y la Filosofía, y los que se ocupan de Dios, es decir, la teología. Aprovechemos esta división para centrar la polémica: ¿les parece que discutamos sobre el ser humano? ¿Quién desea comenzar?
Hume: Una puntualización. ¿Por qué no dice “hombre” en lugar de “ser humano”? No me gusta la palabra “ser”.
Moderadora: Bien. Es cierto que a lo largo de la historia normalmente no se ha hecho distinción entre estos dos vocablos, pero en el siglo XXI se considera que “hombre” no designa de manera neutral a la totalidad de la especie humana, por excluir a la mujer.
Aristóteles. Pero la mujer es un ser diferente, que carece de alma.
Moderadora: Perdóneme Aristóteles pero vamos a dejar a un lado la cuestión feminista ya que el tema discutir hoy es la concepción filosófica del ser humano. Antes de empezar y sabiendo que son muy conocidos creo que sería importante considerar primero la personalidad y la época de cada uno de ustedes. Convendría entonces que hiciera una breve presentación. ¿Qué les parece si empezamos por orden cronológico? Tiene, por tanto, la palabra el ilustre Platón.
San Agustín: Permítanme adelantar mi turno, ya que mi devoción religiosa me obliga a hacer algunas aclaraciones sobre la filosofía cristiana que……
Moderadora: Por favor, para evitar un caos de intervenciones les ruego encarecidamente a todos que respeten el orden establecido. Monseñor, estimo que si permitimos a su antecesor y fuente de inspiración, Platón, exponer sus teorías, resultará después mucho más sencillo comprender la evolución de las nociones de la filosofía griega hacia el cristianismo, y el significado religioso que adquieren.
Platón: Escucharé después gustosamente a mi colega contar la manera en que transformó mis teorías para asimilarlas a esa religión cristiana. Yo nací en Atenas el año 427 a.C. Fui discípulo de Sócrates, que figura como personaje interlocutor en casi todas mis obras, la mayoría de las cuales están escritas en forma de diálogo. En Atenas fundé la Academia, que se haría famosa. En ella se impartían, con especial atención, filosofía, matemáticas y astronomía, de acuerdo con un plan pedagógico. Y construí un sistema filosófico coherente, en cuyo centro se halla la Teoría de las ideas. El alma humana aspira a contemplar las ideas supremas; el Bien, la Verdad, la Belleza. Es inmortal y, no
obstante, está limitada por el cuerpo mortal. Porque, sí, existen dos realidades o mundos diferentes: el inteligible y el sensible, a los que respectivamente pertenecen las dos realidades opuestas que conforman al ser humano, alma y cuerpo.
Moderadora: Quizá Aristóteles quiera intervenir ahora, acerca de la distinción entre alma y cuerpo.
Aristóteles: En relación con este tema, me alejé de las enseñanzas que había recibido de mi maestro Platón. Pues Estagira, ciudad de la Tracia, me vio nacer en el 384 a.C., pero a los dieciocho años marché a Atenas para ingresar en la Academia, donde permanecí nada menos que veinte, hasta el fallecimiento de Platón cuando éste contaba la edad de ochenta. Inicié entonces un período de maduración intelectual: comencé a elaborar mi propia filosofía a través de numerosos tratados sobre metafísica, lógica, naturaleza, biología, ética y política. Así, en el año 335 a.C. regresé a Atenas y fundé mi escuela, el Liceo. Pero mi segundo período en esta polis concluiría también con otra muerte, la de Alejandro Magno, del que fui su educador, y la mía me sobrevendría al año siguiente. En tiempos del Liceo, la enseñanza y la investigación constituían mis principales ocupaciones. Realizaba, entonces, la actividad que considero más propia y natural del hombre, la “actividad intelectual” o contemplativa. A través de ella es posible alcanzar la forma más perfecta de felicidad. La felicidad es aquello a lo que todo hombre tiende y desea, pero conseguirla depende de desarrollar el razonamiento y las virtudes morales: la prudencia, fortaleza y templanza.
Kant: Perdónenme por interrumpir, pero no me parecería ciertamente “prudente” dejar que nuestro lector concluyera que el fin de la moral es la felicidad. La moral es obrar el deber por el deber, sin pensar en otra recompensa que la satisfacción de lo cumplido.
Aristóteles: No quisiera que mis doctrinas se entendieran de forma inamovible. La filosofía griega nunca afirmó que existiera una única verdad. Pero me estaba apartando del punto que se me ofrecía tratar, cuerpo y alma. En mi concepción, ambos aspectos del ser humano no están unidos accidental o forzadamente. Por el contrario, existe una unión natural y esencial entre los dos. El hombre es un ser unitario compacto. El alma, por consiguiente, es principio vital y no de otro mundo. Es a causa de este modo de comprender el ser humano que me han clasificado como “materialista”.
Marx: ¡Qué distinto es este “materialismo” del moderno! Con el tiempo, cualquier filósofo que considere la existencia del alma jamás podrá ser tildado de “materialista”.
Moderadora: Por fin llega el turno, monseñor, para exponer su pensamiento.
San Agustín: Empezaré por mi vida. Tagaste, en Numidia, fue mi cuna, en el año 354. Fui educado por mi madre en el cristianismo, pero lo abandoné en mi juventud, cuando enseñaba retórica en Cartago y no regresé a el hasta 386. Dos años más tarde volví a África y fue obispo de Hipona, muriendo en esta ciudad mientras los vándalos la sitiaban, en una época en que el imperio romano, caída ya Roma, se destruía definitivamente. Dejé una obra ingente, en la que no trazo una línea de separación entre las nociones de razón y fe en la búsqueda de la verdad, que está en Dios. Porque, en un comienzo, la razón ayuda al hombre a alcanzar la fe; después, la fe orienta e ilumina a la razón; y, ulteriormente, la razón estructura los contenidos de la fe.
Nietzsche: Este confuso intercambio entre razón y fe solo puede explicarse haciendo referencia a su época. El cristianismo pudo triunfar en el Imperio Romano gracias a que un puñado de cristianos cultos (la mayoría de los cristianos eran unos infelices, procedentes de capas bajas de la sociedad) se interesó por estar a la altura de los filósofos, y modeló su religión con las categorías filosóficas del platonismo. San Agustín representa la culminación de esta síntesis desafortunada, sin la cual el mundo occidental no se abría cristianizado y hubiera sido más libre.
San Agustín: Estimado colega, acepto sus desdenes religiosos, porque comprendo que se encuentra perdido, como yo lo estuve antes de abrazar definitivamente la fe.
Nietzsche. Por favor, señor curilla, no me ofenda, yo no me he extraviado. He remontado al hombre que había en mí para alcanzar el estadio de superhombre, situándome por encima de los convencionalismos sociales. No obstante, comprendo que esto es demasiado complicado de entender para una inteligencia medieval.
San Agustín: La inteligencia no sabe de épocas, señor mío, sino de grados. Y ese ‘superhombre’ suyo me parece más un producto del desvarío.
Moderadora: Compórtense señores. Recuerden el respeto a las ideas del otro que predica la filosofía, pues es imprescindible para la búsqueda del conocimiento verdadero.
San Agustín: Que no se logra sin la fe.
Marx: Pamplinas. La fe es un subterfugio social represor de la conciencia.
San Agustín: La fe sirve al hombre para guiar sus pasos en libertad hacia el momento en que su alma se ilumine y pueda alcanzar las ideas, que están en Dios. Y es en este estado de iluminación cuando el hombre consigue conocer la verdad y la felicidad.
Sartre: La autentica ‘verdad’ que se deduce de todo lo que ha dicho es que, efectivamente, se expresa usted como un ‘iluminado’. Teniendo un Dios en la retaguardia, ¡que fácil es evadirse del drama moral de la conciencia que nos plantea la libertad! Como yo suelo decir en estos casos estamos condenados a la libertad. No existe un Dios que nos indique el camino hacia la verdad.
San Agustín: Es que usted no ha alcanzado aún la fe.
Sartre: Ni pienso.
Moderadora: Pasemos al siguiente interlocutor. El platonismo cristiano de San Agustín dominará toda la filosofía medieval hasta el siglo XIII, momento en que aparece el aristotelismo de Santo Tomás de Aquino.
Santo Tomás: Fue el año 1224 cuando vi la luz en el seno de una familia noble napolitana. A los veinte años ingresé en la orden de los dominicos y estudie luego en París y Colonia. También en Paris y en algunas ciudades italianas desarrollé una intensa labor docente, investigadora e intelectual. Polemizando con los agustinistas sin descanso hasta que, en 1274, me aconteció la muerte cuando iba camino de Lyón para participar en el Concilio. Acogí en mi filosofía la concepción aristotélica de que el ser humano está constituido por una única sustancia coherente, en la cual cuerpo y alma no son realidades opuestas. Sin embargo, también es cierto que acepté, como Platón, la inmortalidad del alma. Difiero de San Agustín en pensar que razón y fe vayan unidas en el conocimiento de la verdad. Son vías distintas de conocimiento, aunque la verdad se encuentra en los contenidos de la fe. Porque la razón esta limitada por los sentidos.
Hume: Esto de que la razón está limitada por los sentidos es lo primero sensato que he escuchado hasta ahora.
San Agustín: Por alusiones, quisiera insistir en que razón y fe.
Moderadora: Pospongamos su intervención, monseñor, porque, tocando este asunto, creo que es justo que utilice su turno el filósofo de la razón por excelencia: Descartes.
Kant: Un momento: ¿es que yo no traté también exhaustivamente el tema de la razón?
¿No le parece a usted significativo mis obras fundamentales se titulen ‘Critica de la razón pura’ y ‘Critica de la razón practica’?
Hegel: Querido colega, yo creo que nuestra moderadora solo intentaba recalcar la evolución histórica que siguió la filosofía, la cual, con Descartes, tomó ese sesgo denominado racionalista. Aunque, en adelante, otros filósofos como nosotros retomáramos el tema de la razón, no hay duda de que nuestro antecesor le concedió a ésta, por vez primera, todo el protagonismo, independizándola, además de la fe, a la que estuvo unida durante la Edad Media. Con él se inaugura la filosofía moderna.
Descartes: Gracias por estas aclaraciones. Nací en 1596, hijo de una familia noble al igual que Santo Tomás, cuya moderada fortuna me permitió dedicar mi vida al estudio, tanto de la filosofía como de la ciencia, entonces tan de moda.
Platón: Discúlpenme, pero yo supongo que no hace falta mencionar el asunto de la alcurnia. Si los que estamos aquí nos dedicamos en su día a la filosofía fue porque pertenecíamos a la aristocracia.
Kant: No necesariamente todos nosotros. A partir del siglo XV se fue asentando una nueva clase social, ni noble ni pobre, sin linaje, pero son dinero, que permitió el estudio a muchos para los que de otra forma hubiera estado vedado, como fue mi caso. Además, el invento de la imprenta había conseguido aumentar enormemente la difusión del saber.
Santo Tomás:Yo mencioné mi cuna porque Kant me había puesto al corriente sobre el auge de la burguesía antes de comenzar la reunión.
Kant: Consideré mi deber describir a mis más admirados maestros, Aristóteles y Santo Tomás, algunos acontecimientos relevantes que sucedieron en siglos posteriores a los que ellos vivieron.
Aristóteles: Sin embargo, de la revolución feminista yo no estaba enterado, ya que también fue posterior al tiempo de Kant.
Descartes: Como iba diciendo, dediqué mi vida al estudio, en Francia, Holanda y Suecia. Mi principal aportación fue el hallazgo de un método para la filosofía comparable al que existía para la ciencia.
Hume: Perdone, pero he de decir que de científico su método no tiene nada, y que los principios de la ciencia de entonces estaban en pañales.
Moderadora: Por favor, no interrumpa. La escuela a la que usted pertenece, el empirismo, es posterior y contraria al racionalismo de Descartes, pero luego tendrá ocasión de demostrar su disconformidad con él.
Descartes: A mí tampoco me complacía la ciencia de mi tiempo debido a su determinismo, a su visión de que las cosas suceden todas bajo la ley de la causa y el efecto. Este determinismo absoluto negaba la libertad del individuo; lo sumía en el mundo de la materia y anulaba su parte espiritual. Por eso me decidí a encontrar un método filosófico para explicar los fenómenos espirituales, aunque similar al de las ciencias. Este método al que me refiero consta de un doble proceso: análisis y síntesis. En el análisis se trata de dudar de todo, aplicando lo que yo llamo la duda metódica, hasta encontrar una verdad innegable. Y, sí, la encontré, en el hecho de que puedo dudar de todo excepto de que dudo. No puedo dudar de mi existencia como sujeto que piensa. Esta certeza la formulé así: “Pienso, luego existo”. Por lo tanto, la realidad de mi pensamiento, de mi razón, de mi alma, es más evidente que la del mundo material, que nos llega por los sentidos, y es independiente de la materia. Por eso mi alma no está sujeta a las leyes de la causalidad; por eso es posible la libertad humana.
Hume: En el pensamiento anglosajón de mi tiempo, estas teorías racionalistas se considerarán una aberración. Yo nací en 1711 en Edimburgo, hijo de un terrateniente escocés, y pertenezco a la corriente que se ha denominado empirismo inglés. Según mi filosofía, nuestras ideas no proceden de la razón, sino de nuestra experiencia empírica, de las impresiones que reciben los sentidos y de los recuerdos que tenemos de ellas. El “yo pensante” de Descartes es falso, puesto que no hay impresiones constantes e invariables. Dolor y placer, tristeza y alegría, pasiones y sensaciones se suceden unas a otras y nunca se dan todas al mismo tiempo. El ser humano es un complejo de impulsos inexplicable. La estructura de la razón es algo tan poco conocido para nosotros como lo es el instinto. Me declaro escéptico sobre esos conceptos de alma, libertad, espíritu, Dios…pues surgen de los sentimientos, y son la ignorancia y el miedo a lo desconocido los que alimentan la idea de que existen. Las creencias religiosas no son más que sueños de hombres enfermos.
Kant: Me gustaría tomar la palabra, que ahora me corresponde por el orden histórico de intervención que seguimos. Fui un hombre profundamente religioso, soltero, metódico y sobrio de costumbres, Tan sólo una vez salí brevemente de Königsberg, la ciudad en la que había nacido en 1722, y no fue lejos. Mi vida, es cierto, no tuvo nada de extraordinario ni excitante, aparte de la satisfacción que sentí por mis logros en filosofía. Todo mi tiempo lo empleaba en estudiar. Debo reconocer que la lectura de las obras de Hume, el reto a la razón que contiene, me hicieron despertar del sueño racionalista en que me encontraba. Pero el escepticismo no es buen lugar para residir y habitar. Ideé, por tanto, una síntesis entre racionalismo y empirismo y discutí cuestiones que interesaban a ambas posiciones. Encontré que las ideas sobre el mundo proceden tanto de las impresiones sensibles como de la razón, la cual ordena los contenidos de esa experiencia. No obstante, existe otro tipo de ideas provenientes sólo de la razón, la cual ordena los contenidos de esa experiencia. No obstante, existe otro tipo de ideas provenientes sólo de la razón, como son las nociones de “libertad”, “alma”, o “Dios”. Aunque estas cosas no se pueden realmente conocer, la razón necesita suponer su existencia para explicar, a su vez, la existencia de la conciencia moral, que es lo esencial del ser humano.
Sartre: Mejor dicho: es su calvario.
San Agustín: Manifestación de Dios en nosotros. Eso es lo que es.
Kant: No, señores, la conciencia moral es producto de la voluntad autónoma, libre de prejuicios, y es aquello que engrandece al hombre.
Moderadora: Demos ocasión al profesor Hegel de intervenir.
Hegel: Sin embargo, temo que mi intervención se remontará por encima de los problemas que hasta ahora han predominado en esta discusión: “razón y fe “, “razón y experiencia sensible”, “alma y cuerpo”, “conciencia moral y libertad”…Para mí no es relevante tratar un problema aisladamente, porque considero que el objetivo de la filosofía es construir un sistema que interprete de manera absoluta la realidad en su conjunto. Pero la época en que viví imprimió en mí esta creencia. Nacido en Sttugart en 1770, fui enormemente viajero, a diferencia de mi colega Kant, e impartí clase en varias universidades alemanas. Me interesaban los acontecimientos culturales y políticos de todas partes, Fui un apasionado de la revolución Francesa, a la cual consideré como un episodio significativo de un proceso histórico global; proceso que sigue un desarrollo racional regido por el sujeto de la historia, el espíritu absoluto, y que conduce hacia la libertad. El culmen de tal proceso es el Estado, el cual supone, por consiguiente, la expresión definitiva del espíritu. El ser humano participa del espíritu a través de su razón.
Hume: Me parece haber escuchado de nuevo la voz del racionalismo.
Marx: Perdóneme profesor Hegel, pero he deducido de la lectura de sus obras que, según usted, el espíritu determina el orden social y político en cada momento histórico, y permite la realización plena del ser humano en dicho orden. Ahora bien, la existencia del proletariado contradice esta idea, ya que el destino de un obrero no es la realización de sus potencialidades humanas, sino la enajenación y alienación de éstas. En el Estado, la libertad de la que usted hablaba se convierte en esclavitud. Ese espíritu al que se refiere es ficticio; para comprender cómo funciona una estructura política hay que estudiar sus condiciones materiales. Sólo así podrá abrirse paso la igualdad e instaurarse la verdadera libertad, donde cada uno es dueño de sí mismo, esto es, de su fuerza de trabajo.
Moderadora. Aprovechando la oportunidad de su comentario, le ruego que se presente antes de continuar. A partir de ahora les ruego brevedad, porque vamos mal de tiempo.
Marx: Acortaré el complicado relato que exigiría presentar todas mis andanzas, mencionando tan sólo que nací en Tréveris, 1818, en una familia burguesa acomodada, y viví en Bonn, Berlín, París, Bruselas, Viena y Londres. Fui periodista, político y escritor. Considero que la verdadera esencia del ser humano- a pesar de lo que aquí se ha dicho- es la capacidad que posee de producir, mediante el trabajo, su medio de vida
dentro de un conjunto de relaciones sociales. El ser humano es, además, el sujeto de la historia, pues ésta es un proceso material y no espiritual que él elabora; ningún espíritu ni dios alguno rige la historia, sino nosotros mismos al ir superando las contradicciones y conflictos sociales que surgen a cada tramo.
Nietzsche: Afortunadamente, ya en la filosofía contemporánea de Marx cabe decir “Dios ha muerto”. Sin embargo, es mía la frase. Paradójicamente, mis padres y mis abuelos fueron pastores protestantes; yo, un gran ateo. Soy germano, nacido en Roecken, Turingia, en 1844, aunque cambié mi nacionalidad por la suiza cuando fui nombrado, contando veinticuatro años y antes de publicar un solo libro, catedrático extraordinario de la Universidad de Basilea. En 1874 sería elegido, además, decano, pero ese mismo año empezarían también mis problemas de salud, terribles dolores de cabeza y ojos que con el tiempo derivarían en locura. Por lo pronto, en 1879 tuve que abandonar la docencia, y escribí convaleciente mis mejores obras, retirado en ciudades francesas e italianas. Pero ahora quisiera hablarles de mi concepto de superhombre, aunque por boca del Zaratustra que creé en una de mis obras (Así habló Zaratustra). Este profeta expone tres metamorfosis del espíritu: cómo el espíritu se convierte en camello, cómo el camello se convierte en león y cómo el león se convierte en niño. El camello simboliza a las personas que se contentan con obedecer ciegamente; sólo tienen que arrodillarse y recibir la carga, soportar las obligaciones sociales, obedecer sin más a los valores tradicionales que se presentan como creencias. El camello que quiere ser más se transforma en león, es decir, en el gran negador; simboliza al que rechaza los valores impuestos. Pero también el león tiene necesidad de transformarse en niño, para poder vivir libre de prejuicios y crear una nueva tabla de valores al servicio de los instintos vitales del hombre y de la vida misma. La moral superior que resulta se revuelve contra el cristianismo, el cual ha domesticado al hombre para convertirlo en un animal aprisionado. El hombre superior, el que secunda esta moral, niega la existencia de los dioses por encima de él y se afirma en la vida sin necesidad de utilizar subterfugios para domeñar la imagen trágica del mundo. Tampoco cree en la igualdad, pues, ésta es sólo una artimaña de supervivencia que usan los débiles de espíritu, los cristianos y los socialistas como Marx. La igualdad conduce a una moral de “rebaño”, de esclavos. El hombre superior dice sí a las jerarquías, y desconfía de todo lo que viene del rebaño social y también de los “doctos” que odian la vida. El superhombre, en cambio, experimenta el hecho de vivir cada día con más fuerza y amor hacia la vida, sin necesidad de consolidar para ello el Estado del que nos hablaba el profesor Hegel.
Moderadora: Su turno, señor Sartre. Siento decir que ya no tenemos mucho tiempo.
Sartre: Bien, me gustaría presentar mis ideas en relación a otras que han expuesto mis colegas. Me tienen por uno de los principales filósofos denominados existencialistas. En efecto, a diferencia de Hegel, considero que lo verdadero no es un todo, como el espíritu o el Estado, sino la realidad individual, la existencia particular de la persona. Ahora bien, la “existencia” de la que hablo tampoco es la de un “yo pensante”, como el de Descartes, sino la de un yo “concreto y mundano”; por tanto, la estructura de dicho “yo” no se funda en la razón, sino en la libertad. El ser humano es, en esencia, libertad, y se encuentra completamente indeterminado en el mundo, sin metas ni valores prefijados. Pero la persona, cuya libertad no depende de ningún Dios, aspira a ser Dios sin posibilidad de llegar a serlo, y esa es la pasión frustrada de la libertad. Por eso somos una pasión inútil, incapaz de alcanzar el grado de superhombre que Nietzsche proponía. Algunos, como Hitler, creyeron, en cambio, en esa posibilidad. Pero supongo que Nietzsche ignoraba las consecuencias que podían tener sus ideas en una mente megalómana y criminal como la del Führer; se apoyó en ellas para hacer una guerra mundial, la más cruenta de todas la historia.
Moderadora: Señor Sartre, usted murió en 1980, así que sabrá que pocos años antes, durante el mayo del 68 francés el anarquismo abanderó la figura de Nietzsche. Las interpretaciones que se han hecho de su filosofía son múltiples y, a veces, opuestas.
Nietzsche: Estoy estupefacto con este asunto de una guerra mundial que mi filosofía inspiró. Esto me lo van a tener que explicar a fondo….
Sartre: Yo viví la Segunda Guerra Mundial, incluso fui hecho prisionero por los alemanes, aunque me liberaron y pude regresar a París, ciudad en la que había nacido en 1905. Mi vida fue siempre la de un intelectual activo en todas las manifestaciones de la vida cultural, social y política. Fui filósofo, además de autor literario y teatral comprometido. Apoyaba al marxismo, y tengo que mencionar a la que fue mi compañera y con la que compartí intereses filosóficos y políticos: Simone de Beauvoir, una gran promotora del feminismo.
Aristóteles. De nuevo el tema ese….
Moderadora: Lo siento, pero nos tenemos que despedir. Gracias a todos por su participación, y a usted, querido lector o lectora, por habernos seguido hasta el final.
San Agustín: Pero, pero yo esperaba un nuevo turno, una oportunidad más para hablar sobre razón y fe….