Las mujeres estamos cansadas por la falta de cercanía entre los deseos y las realidades, entre las capacidades y posibilidades y los hechos. Por ello afirmamos que:
Estamos casadas de leer las necrológicas y descubrir a mujeres de las que nunca habíamos oído hablar, o sí, pero pensábamos que habían fallecido porque no tenían hueco, ni voz, ni en los libros ni en los periódicos.
Cansadas de rastrear como detectives nuestra propia historia, nuestros logros.
Cansadas de leer entre líneas nuestros éxitos.
Cansadas de que la teoría nunca la hayamos podido llevar a la práctica, ni siquiera para nosotras mismas.
Cansadas de que desprestigien nuestro lenguaje, nuestro conocimiento, nuestras teorías.
Cansadas de que cuando algún retazo de nuestra tradición intelectual es utilizado por algún varón sea aplaudido.
Cansadas de que lo hagan sin citarnos.
Cansadas de las iglesias, todas las iglesias, empeñadas en robarnos lo más humano del ser humano, la libertad.
Cansadas de no tener. De no tener poder, de no tener dinero, de no tener tiempo libre, de no tener autoridad, de no tener derecho sobre nuestro propio cuerpo.
Cansadas de que se nos utilice, de que según los intereses electorales o, simplemente, los intereses de las cúpulas de los partidos políticos, se ponga o se quite un Ministerio de Igualdad, se creen o desaparezcan instituciones, se financien o desaparezcan de los presupuestos las políticas de igualdad.
Cansadas de que, de pronto, los grandes ideales por los que se ha movido el mundo no incluyan a las mujeres. Es decir, los líderes mundiales no hablan de justicia social, de equidad, de libertad, de dignidad, de derecho a una vida autónoma, sino que hablan de aprovechar todos los recursos para salir de la crisis, de eficiencia, de buena gestión de todo el talento y recursos humanos, por lo tanto, de la necesidad de los países y las sociedades de no prescindir del talento, la formación y el trabajo de las mujeres. Nuestros líderes políticos, sociales y de opinión explican que es mucho más rentable entregar ayuda económica a las mujeres puesto que la gestionan mejor y, sobre todo, porque esa ayuda, por pequeña que sea, revierte en toda la familia, en sus hijos, en sus hijas y en el conjunto de la sociedad. Ahí reside el éxito de los microcréditos para mujeres.
Cansadas de que se nos utilice. Estamos viviendo una supuesta igualdad basada en el utilitarismo de las mujeres, no en la defensa de nuestros derechos. Además, cuando se subraya la barbaridad, el argumento para defenderla es que es una idea de estrategia: tenemos que convencer, y el discurso tiene que ser que la igualdad es buena para toda la sociedad, para todas las sociedades. Claro, pero también para las mujeres en sí mismas. Este enfoque utilitarista está provocando una canalización del concepto de género sin que haya por detrás, en muchos casos, un objetivo claro de equidad. Habrá que decirlo de nuevo, sin pudor, a gritos: LA FELICIDAD DE LAS MUJERES SÍ IMPORTA, Y SU SONRISA, Y SUS SUEÑOS, Y SUS DESEOS, Y, SOBRE TODO, SUS VIDAS.
Cansadas de las mentiras, de las medias verdades y de las mentiras a medias. De la soberbia. De la postergación continua. De ser la vanguardia. De la crítica. Del menosprecio. De la falta de respeto. De que se castigue severamente la apología del terrorismo pero no haya ni una sola condena por apología de la violencia contra las mujeres.
Cansadas de que la palabra mujer valga la mitad, como marcan las leyes iraníes, de las que tanto nos escandalizamos en la Europa democrática. Y no es retórica. A pesar de que organismos tan poco sospechosos como el Consejo General del Poder Judicial hayan ratificado que las denuncias falsas por violencia de género interpuestas por mujeres solo son un mito y no representan ni el 0,1% del total, proporcionando un nivel de confianza y fiabilidad del 99%, el mito pervive.
( Varela, V. Cansadas. Una reacción feminista frente a la nueva misoginia. Ediciones B. Barcelona. 2017)