Nació hacia la mitad del siglo VI a.C. en Éfeso, ciudad cercana a Mileto. Se conservan fragmentos de su trabajo Sobre la naturaleza, que está dividido en tres partes: sobre el universo, sobre política y sobre teología. Su pensamiento es difícil de interpretar, porque esta obra se compone de frases breves y enigmáticas, por lo que recibió el sobrenombre de “el Oscuro”.
Heráclito centró su filosofía en el problema del cambio. Observando lo que sucede con los fenómenos sensibles, mutables y variables, creyó que no había nada inmóvil o inmutable, y que la realidad se transforma continuamente: “Descendemos y no descendemos a un mismo río; nosotros mismos somos y no somos” (Sobre la naturaleza).
La experiencia del movimiento llevó a este sabio a entender que la realidad última, o su primer principio, no puede ser algo estático, como parecían defender los filósofos que lo precedieron, sino que se encuentra en algo dinámico, en el mismo fluir o devenir que nos muestran los sentidos. La esencia- la physis- de las cosas consiste en no estar acabadas y, por tanto, en ir haciéndose, sin detenerse nunca.
Así refiere Platón su pensamiento: “En algún sitio dice Heráclito “que todo se mueve y nada permanece” y, comparando los seres con la corriente de un río, añade: no podrías sumergirte dos veces en el mismo río” (Cratilo).
Ahora bien, aunque para Heráclito el mundo sensible se reduce al movimiento y al cambio, también reconoce un principio de orden y unidad. Considera que el devenir no se produce de un modo arbitrario o casual, sino siguiendo un patrón ordenado, regular, que constituye la ley del universo.
Llamó a esta ley logos, quizá uno de los términos más importantes de la historia de la filosofía y que él utilizó por primera vez. Para este autor, el concepto expresa la racionalidad interna y el orden intrínseco que existe en el cosmos, que va más allá de la apariencia sensible.
El logos es la ley universal que rige y explica el movimiento y el cambio de los seres- incluido el hombre-, que otorga y sostiene la unidad del cosmos. Como esta ley trasciende los sentidos, se nos oculta “como el oro bajo la tierra”, por lo que resulta difícil descubrirla. Para Heráclito, la mayoría de los seres humanos no pueden someter su conducta a esta ley del universo, porque no son capaces de descifrar su verdad.
La unidad y el orden impuestos por el logos consistes, en último término, en una lucha de contrarios. Al igual que hizo Anaximandro, esa oposición fundamental sirve a Heráclito para explicar el movimiento en la naturaleza: hay enfermedad porque hay salud, hay guerras porque hay paz, etc. “Preciso es saber- afirma- que la guerra es común; la justicia, contienda, y que todo acontece por la contienda y la necesidad”
Existe, sin embargo, una diferencia importante entre Anaximandro y Heráclito, pues, para este, la lucha es la esencia misma de cada cosa y lo que otorga estabilidad y realidad a todo ser. “De las discordias- escribió- surge la más hermosa armonía”.
En continuidad con los milesios, Heráclito también señala un arjé o primer principio material del que están hechas todas las cosas. En su caso, es el fuego. No es extraño que elija este elemento como principio de todo, ya que representa adecuadamente el movimiento, puesto que el fuego todo lo destruye y transforma.
Según explicó, el fuego, en primer término, da lugar al mar; posteriormente, a la tierra y, finamente, al viento. El fuego tiene que estar necesariamente relacionado con el logos, puesto que todo cambia según una ley o medida racional común a todas las cosas.
Para este sabio, el alma humana también está compuesta de fuego. A pesar de este aparente materialismo, se puede deducir de sus afirmaciones que el alma humana es inmortal y que tiene un destino eterno desconocido.
En cuanto a la conducta más apropiada para el ser humano, exhorta a la búsqueda de la sabiduría y a vivir de acuerdo con el logos o ley universal del cosmos. Esta es, sin duda, una tarea ardua; pero afirma que, si la felicidad estuviera en los placeres del cuerpo, exclamaríamos: “Felices los bueyes cuando hallan hierbas amargas”.
La concepción del Heráclito sobre la realidad como devenir tuvo repercusión en autores tan dispares entre sí y tan lejanos en el tiempo como Hegel, Marx y Nietzsche.
(AA.VV. Historia de la filosofía. Editorial Casals. Barcelona. 2016)