Si lo evaluamos desde el punto de vista moral, Homer Simpson deja bastante que desear. Sin embargo, en cierto modo algo admirable desde un punto de vista ético perdura en Homer y eso suscita la siguiente pregunta: si deja tanto que desear desde el punto de vista moral, ¿en qué sentido puede resultar admirable Homer Simpson?
Los tipos de carácter según Aristóteles.
Aristóteles nos ha proporcionado una categorización lógica de cuatro tipos de carácter. Grosso modo, y dejando a un lado los dos tipos extremos, el que se encuentra por encima de la condición humana y aquel que vive como una bestia, tenemos el carácter virtuoso, el moderado, el intemperante y el vicioso. Para comprender mejor cada una de estas disposiciones del carácter, contrastemos la manera en que se manifiestan a través de las acciones, decisiones y deseos de quienes las encarnan. Tomemos también como ejemplo una sola situación y observemos las reacciones asociadas a cada una de estas maneras de ser.
Supongamos que alguien, a quien llamaremos Lisa, va andando por la calle y se encuentra una billetera con una cuantiosa suma de dinero. Si Lisa es virtuosa, no solo decidirá entregar la billetera a las autoridades competentes, sino que lo hará con gusto: sus deseos condicen la decisión y la acción que cree correctas. Pensemos ahora en Lenny, que es moderado: si Lenny se topase con la billetera, sería capaz de tomar la decisión correcta, es decir, devolverla intacta, y también sería capaz de actuar según la decisión que ha tomado. Pero, de hacerlo, estaría actuando en contra de sus deseos. El rasgo principal de la persona moderada consiste, pues, en tener que luchar contra sus deseos para hacer lo que debe.
La situación empeora si se trata del intemperante o del vicioso. El intemperante es capaz de tomar la decisión correcta, pero su voluntad es débil. En el caso de la billetera, y supongamos que Bart sea nuestro intemperante, se rendirá ante su propio deseo de quedarse con la billetera y no conseguirá actuar como es debido, aunque sepa que está mal quedarse con la billetera. En lo relativo al vicioso, no presenciaremos una lucha contra los propios deseos ni una debilidad volitiva. Esto se debe a que la decisión del vicioso es moralmente errónea, y sus deseos la secundan por completo. Si Nelson fuese vicioso, decidiría quedarse con el dinero (y tirar la billetera a la basura o devolverla y mentir sobre su contenido), desearía plenamente hacerlo, y actuaría en consecuencia.
Observemos más de cerca lo que constituye un carácter virtuoso. Virtuoso es quien posee las virtudes y las pone en práctica. Más aún, las virtudes son estados (o rasgos) de carácter que disponen a quien los ha desarrollado a actuar y reaccionar emocionalmente de forma correcta. Partiendo de esto, comprendemos que Aristóteles insista en definir las virtudes como condiciones del carácter vinculadas tanto con las acciones como con los sentimientos. Por ejemplo, quien posea la virtud de la liberalidad, estará dispuesto a mostrarse caritativo con quienes sea menester y en las circunstancias adecuadas; el liberal no daría dinero a cualquiera que lo pidiese. El virtuoso debe percibir que el otro necesita la dádiva y que la empleará de manera apropiada. Además, su reacción emocional se adecuará a la situación. Esto significa que el liberal de nuestro ejemplo dará con gusto, se inclinará a dar a causa de la petición del menesteroso, y no se arrepentirá de hacerlo. En cambio, el tacaño no se desprendería de su dinero tan fácilmente, y ello no porque lo necesite o no pueda prescindir de él, sino porque se inclinará a la avaricia o sobreestimará la necesidad que pueda tener de ese dinero en un futuro.
Nótese, sin embargo, que en este recuento la razón interpreta un papel crucial, Si para ser virtuoso uno debe tener la capacidad de percibir la índole de cada situación en la que se encuentre, no puede ser estúpido ni ingenuo. Al contrario, debe poseer una disposición al razonamiento crítico que le permita darse cuenta de las diferencias entre una situación y otra y actuar en consecuencia. De hecho, por esa razón Aristóteles hace hincapié en la idea de que, en cuestiones de ética, no hay lugar para una precisión rigurosa. El filósofo insiste en la importancia de la razón o sabiduría práctica; quien sea virtuoso por instinto, para decirlo de alguna manera, no poseerá la virtud “por excelencia”, sino en todo caso una virtud “natural”. Y poseer una virtud natural consiste en estar dispuesto a actuar bien por accidente, para decirlo sin ser muy precisos.
Si pasamos ahora a las condiciones aristotélicas de la acción correcta, podremos afinar nuestro razonamiento. Aristóteles sostiene que las acciones solo “están hechas justa y sobriamente” si el agente “en primer lugar […] sabe lo que hace; luego, si las elige, y las elige por ellas mismas y, en tercer lugar, si las hace con firmeza e inquebrantablemente”. En otras palabras, lo que Aristóteles pensaba respecto a esta cuestión es que, en primer lugar, el agente que actúe de manera virtuosa debe saber que su acción es virtuosa; es decir, actuará según la convicción de que “tal acción o tal otra es correcta(o liberal u honrada)”. La segunda condición parece comprender dos: el agente debe actuar de forma voluntaria, y debe hacerlo porque se trata de una acción virtuosa. Por lo tanto, incluso cuando actúe con la premisa de que “la acción es correcta”, no será la suya una acción virtuosa a menos que también actúe, precisamente, porque se trata de una acción correcta. La tercera condición, que Aristóteles plantea es crucial, y nos devuelve al inicio de esta reflexión: el virtuoso no solo actúa virtuosamente cuando la acción es correcta y a causa de esto mismo, sino porque es una persona virtuosa. Es el tipo de persona que se inclina a tener un comportamiento moral correcto cuando la situación lo exige. Esto es (parte de) lo que significa actuar “con firmeza e inquebrantablemente).
El carácter de Homer.
El caso de Homer Simpson no pinta bien desde el punto de vista del recuento aristotélico de las virtudes. Para empezar, tómese la templanza (moderación) que, en principio, indica la capacidad de moderar los apetitos corporales. No es necesaria una observación aguda para darse cuenta de cuán lejos está Homer de poseer esta virtud. En lo relativo a sus apetitos, no solo no se trata de un virtuoso, sino que decididamente es un vicioso, sobre todo en cuanto a su ingesta de comida y bebida, no así en cuanto a su actividad sexual. Sus deseos lo llevan constantemente a atiborrarse de alimentos, y él sucumbe de buen grado a esos deseos. Su anhelo de comida es tal que incluso inventa algunas recetas interesantes como, por ejemplo, el gofre medio crudo con que envuelve una barra entera de mantequilla. A tal punto se resiente su salud a causa de sus hábitos alimentarios, que ha sido sometido a una intervención quirúrgica para colocarle un bypass, pero eso no le ha hecho modificar sus hábitos.
Homer también es un mentiroso empedernido, no habla con claridad. Engaña a su familia sobre sus planes para el día cuando dice que se va a trabajar pero se va a visitar la fábrica de cerveza Duff.Le oculta a Marge el hecho de que nunca terminó la secundaria y le miente a propósito de sus pérdidas financieras en una inversión, incluso la engaña diciéndole que se ha deshecho de la pistola que ha comprado.
Homer carece además de sensibilidad hacia las necesidades y solicitudes de los demás; le faltan amabilidad y sentido de la justicia. Tomemos como ejemplo cuando presiona a su vecino para que le venda sus muebles a un precio obscenamente bajo, aunque sabe que su vecino está en bancarrota y que necesita el dinero con desesperación.
Homer tiene unos cuantos colegas, pero no amigos. Aristóteles hace hincapié en la importancia de la amistad porque pensaba que, sin amigos, no podemos ejercer la virtud y llevar vidas ricas y plenas.
El desempeño de Homer como padre y marido también deja mucho que desear, como demuestra sus numerosos intentos de estrangular a Bart, precedidos de amenazas inciertas. Además, Homer se olvida continuamente de la existencia de Maggie. Con su esposa tampoco es mejor como demuestra su indiferencia hacia sus proyectos.
Por otra parte, toda esperanza de que Homer desarrolle las virtudes éticas se estrellará contra el reconocimiento de que carece de la única virtud intelectual que condiciona el modo de ser ético, es decir, la sabiduría práctica (phrónesis). La phrónesis no es el conocimiento teórico, algo que, desde luego, Homer tampoco posee. Dicha razón práctica no consiste, por cierto, en el conocimiento de los hechos, aunque Homer también carezca de tal cosa. La phrónesis es la capacidad de manejarse en el mundo de modo inteligente, moral y con vistas al cumplimiento de ciertas metas como demuestra cuando afirma que la respuesta a los problemas no está en el fondo de una botella…¡Está en la tele!
Por otro lado, la capacidad de inferencia de Homer es nula como demuestra cuando deduce que la decisión del alcalde Quimby de organizar una patrulla contra osos ha sido eficaz solo porque no hay osos merodeando las calles de su ciudad.
Además, Homer carece de un elemento crucial para el razonamiento práctico: la capacidad de organizar la propia vida alrededor de metas importantes y valiosas, y de intentar cumplirlas según unas normas morales y de modo responsable. Es verdad que tiene sueños, pero los sueños no son metas, está satisfecho con ser un incompetente inspector de seguridad. Si Homer tiene un objetivo en la vida, s trata de algo insignificante: comer, beber y hacer el gandul.
Con todo Homer actúa de modo admirable en algunas ocasiones. Nunca ha cometido adulterio a sabiendas, aunque ha tenido oportunidad de hacerlo en unas pocas ocasiones, o cuando renuncia dos veces a comprar un aire acondicionado para que Lisa tenga un saxofón.
En algunas ocasiones hasta muestra valentía y es capaz de mostrarse amable incluso con personas que en general detesta como cuando dice que ha sido él quien ha estado fumando para que no despidan a sus dos cuñadas de sus empleos.
Valoración: Juzgar a Homer.
¿Qué debemos concluir de Homer? No es mala persona; aunque no sea un modelo de virtud, tampoco es malévolo. La reacción más extrema que podemos experimentar hacia él es lástima, y ello al menos por dos motivos. El primero es que su educación deja bastante que desear. Su ciudad natal no es un pozo de sabiduría. Y su familia deja mucho que desear ya que su madre lo abandonó cuando era un crío y su padre nunca lo ha estimulado para que se convierta en una persona de valía.
La segunda razón por la que no podemos juzgar con severidad el modo de ser de Homer es que normalmente no es malicioso. Es egoísta, glotón, codicioso y puede ser realmente estúpido, pero rara vez siente envidia de los demás o les desea mal.
Con todo esto podemos afirmar que Homer no es vicioso en el sentido de que esté dominado por los vicios, aunque cuando se trata de comida y bebida, sí lo es.
Por todo ello podemos afirmar que Homer no es virtuoso. No muestra estabilidad en su modo de ser, rasgo que sí distingue al virtuoso. Sencillamente, no se puede esperar que haga lo correcto, ni siquiera en lo que se refiere a su familia. Es más, el juicio según el cual Homer no es virtuoso puede formularse sin reservas, a diferencia de la afirmación de que no es vicioso. Porque, si bien a veces Homer actúa correctamente, sus motivos para hacerlo suelen ser erróneos, o al menos ambiguos (sus actos de valentía proporcionan un gran ejemplo de esto). Y en lo relativo a su familia, incluso cuando se comporta como pensamos que debería hacerlo todo padre o madre, sencillamente ha hecho lo contrario demasiadas veces. En suma, Homer carece del carácter estable que la virtud precisa.
Conclusión: La importancia de ser Homer.
En Homer hay algo admirable y eso es su humanidad. La humanidad de Homer no solo abarca aquellos rasgos que le llevan a hacer en público algunas cosas de las que nosotros, en distinta medida, nos abstendríamos, como eructar, expulsar flatulencias, rascarse el trasero…Si solo se tratase de eso, Homer no sería más que un guarro. Pero su humanidad m un amor a la vida y al goce que ésta supone en el nivel más básico; no presta mayor atención al qué dirán, si es que acaso repara en ello. Homer no se preocupa por la etiqueta o por lo que otros opinen de él. Está ocupado en disfrutar de la vida- o su versión de la misma. Al máximo. Este gusto por vivir no obedece a un cálculo de su parte, y tal vez ni siquiera sea consciente de él. Pero se manifiesta en sus acciones, su actitud, su falta de malicia, su comportamiento aniñado (incluso infantil). Si a esto añadimos el hecho de que Homer pertenece a una “alta clase media baja”, que difícilmente llega a fin de mes, y que trabaja en una planta industrial bajo la tiranía de un capitalista sin escrúpulos, además de vivir en Springfield, una ciudad ante la cual uno debería tomarse un respiro y preguntarse si vale la pena amar la vida, nos encontramos con alguien que tiene mucho de admirable.
Pero está claro que Homer no es una persona admirable, sino que tiene un rasgo admirable. Y no lo es por varios motivos.
En primer lugar, la razón no rige el amor a la vida de Homer, y eso podría convertirla en un rasgo moralmente peligroso. En segundo lugar, disfrutar de la vida no es lo mismo que vivir una vida plena. Es posible complacerse al máximo en una vida mediocre. Pensad en alguien que es completamente feliz mientras se pasa la vida contando las hojas del césped o recogiendo tapas de botellas, pero que sin embargo es capaz de perseguir metas más dignas. No importa cuán feliz sea ni cuánto disfrute esa persona su vida. Y, tomando en cuenta la serie televisiva, está claro que Homer es capaz de vivir una vida mejor. En tercer lugar, hay una razón lógica: poseer un rasgo admirable no significa que quien lo posee sea también admirable. Los villanos a menudo poseen la cualidad de superar el miedo cuando se enfrentan al peligro, y aunque se trate de algo admirable, no solemos tener a los villanos como seres admirables. De hecho, lo que a veces decimos sobre las personas despiadadas es “bueno, al menos es coherente consigo mismo”, pues reconocemos en la coherencia un rasgo admirable, aunque al mismo tiempo no baste para convertir a quien lo posee en una personas admirable.
Con todo, el amor de Homer a la vida es un rasgo sumamente admirable, y no es ésta una cuestión baladí, pues muchos tienden a no ver en Homer más que bufonería e inmoralidad. Es más, el amor de Homer a la vida se destaca como una cualidad especialmente en esta época, cuando la corrección política, el exceso de buenas maneras, la falta de voluntad de juzgar a los demás, la obsesión por la salud física y el pesimismo a propósito de lo bueno y lo placentero de la vida son más o menos la regla general. En esta época, Homer Simpson deslumbra porque abiertamente desobedece las “verdades” del día: no es políticamente correcto, está más que encantado de juzgar a los demás y, desde luego, no parece obsesionado con su salud. Estos rasgos tal vez no lo conviertan en una persona admirable, pero sí lo vuelven admirable en cierto modo y, lo que es más importante, nos hace anhelar su presencia y la de todos los Homer Simpson del mundo.
(Raja Halwani. Los Simpson y la filosofía. Editorial Blackiebooks. Barcelona. 2009)