Tuve la suerte de leer el artículo “El desastre de parir”, escrito por Rosa Montero, antes de quedarme embarazada de mi primera hija. Gracias a eso, conocí la asociación El Parto es Nuestro y me informé sobre cómo funcionaba el parto en España. Tuve que salir del sistema sanitario convencional para poder tener dos partos respetados y evitar la episiotomía, así como otros protocolos innecesarios relacionados con la violencia obstétrica. Durante el final del embarazo de mi primera hija, la ginecóloga que me atendía me programó fecha para cesárea porque en la semana 41 no tenía ningún síntoma de parto. Gracias a una matrona de El Parto es Nuestro, mi hija nació en la semana 41+5 de forma natural, con dos vueltas de cordón y sin episiotomía.
Mi segunda hija pesó 4, 300 kilos y, según la ginecóloga de guardia que me atendió al comienzo del parto, iba a ser imprescindible la episiotomía para que pudiera salir. Por suerte, la ginecóloga de parto respetado llegó a tiempo y mi hija nació con una vuelta de cordón, sin episiotomía y sin desgarro. Cero puntos.
Una amiga mía tuvo el primer parto unos meses antes que el de mi primera hija, su hija nació con fórceps y se llevó 20 puntos de sutura (entre puntos externos e internos). Estuvo sin poder sentarse más de seis meses. Ni te cuento el resto de cosas. Para el parto de su segundo hijo, y después de conocer mi experiencia, le pidió a su ginecólogo un parto respetado. Cuando se negó a que le pusieran epidural, la matrona que la atendió le dijo:”Cuando estés de 8 centímetros y me pidas la epidural a gritos, que sepas que no te voy a ir ni a atender”. Mi amiga parió sin problemas.
La cineasta Icíar Bollaín fue igual de consciente de estas particularidades en sus tres partos y así lo refleja en el prólogo que escribió para el libro Parir. El poder del parto, de Ibone Olza. Así fue como se sintió tras el primero de todos:
“En menos de cuatro horas nació Lucas, de manera natural. No pedí la epidural porque, aunque el dolor era muy intenso, me pareció que podía sobrellevarlo. Lo que no esperaba que se me hiciese tan difícil de sobrellevar fue el trato que recibí: a lo largo de esas cuatro horas me practicaron un rasurado, una lavativa, la rotura artificial de la bolsa, una episiotomía y finalmente la maniobra de Kristeller, todo ello dolorosamente y sin que nadie me hablara o me avisara previamente”.
Según la asociación El Parto es Nuestro, la violencia obstétrica es un tipo de violencia de género que puede definirse como la “apropiación del cuerpo y de los procesos reproductivos de las mujeres por prestadores de salud, que se expresa en un trato jerárquico deshumanizador, en un abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales, trayendo consigo pérdida de autonomía y capacidad de decidir libremente sobre sus cuerpos y sexualidad, lo que impacta negativamente en la calidad de vida de las mujeres.
Marsden Wagner, exdirector del departamento Materno-Infantil de la Organización Mundial de la Salud, dice que la episiotomía es la ablación de Occidente. Las mujeres tienen tan interiorizada y asumida la violencia obstétrica que casi todas creen que la episiotomía es un corte imprescindible en el parto. Todas lo “han necesitado” en su parto porque o bien al bebé le costaba salir, o tenía una vuelta de cordón, o había sufrimiento fetal (supuestos en los que, tal y como explican personas expertas, la episiotomía no soluciona nada). Muy pocas confiesan los trastornos derivados de ese cortecito, y muchas veces, años después de esa práctica innecesaria, confiesan que todavía la sienten. Estas mujeres deberían saber que la OMS no recomienda esta práctica en absoluto, y, sin embargo, en España se hace el 89% de los partos.
Muchas mujeres de nuestra sociedad han interiorizado que la episiotomía es necesaria. Asumen que cuando paren deben hacérsela para no tener un desgarro mayor, a pesar de la fuerte evidencia científica sobre sus efectos adversos, como se explica en:”Episiotomy: a form of genital mutilation” ( The Lancet)
El doctor Michael C. Klein, investigador del British Columbia Women ´s Hospital and Health Centre Society de Vancouver, publicó un artículo en el New York Times donde decía: “La verdad es que lo hemos venido haciendo desde 1920 y carece de todo fundamento científico”
(Iria Marañon. Educar en el feminismo. Plataforma Editorial. Barcelona. 2018)