Una inquietud preponderante acerca de la ociosidad es que en seguida desemboca en aburrimiento. La idea de actuar sin propósito o compromiso durante cualquier período de tiempo sustancial solo tiene, de acuerdo con esta forma de pensar, un atractivo. La experiencia nos enseña que la pereza sin sentido se vuelve perturbadora de manera inevitable. Kant intenta explicar este desconcertante aspecto de nuestro anhelo por una forma de vida que en realidad es una fuente de malestar. Opina que el aburrimiento que provoca la ociosidad es “un sentimiento muy enojoso” en tanto en cuanto aparece debido a nuestra “natural inclinación a la comodidad”. Sin embargo, nuestra afición a vegeta[r] sin propósito”, según sus palabras, resulta ser onerosa en exceso a causa del aburrimiento que pronto nos impone. Al final encontramos maneras de pasar el tiempo que nos permiten escapar del aburrimiento, pero entonces ya no estamos realmente ociosos. De esta forma, “engañamos” nuestra errónea “inclinación” al “reposo inactivo”. Podemos decirnos que solo queremos ociosidad pero tenderemos a emprender tareas-a menudo triviales- que no están del todo de acuerdo con el ideal de ociosidad. La ociosidad y la indiferencia perezosa hacia el curso de nuestros días no puede resistir el impulso competitivo y más fuerte de lanzarnos a terminar tareas pendientes o quizá de emprender otras nuevas. Esta experiencia de estar aburridos cuando no tenemos actividades absorbentes se da con tanta frecuencia que podría darse por hecho que remite a un hecho atemporal sobre la psicología humana.
Sin embargo, esta casi amalgama de aburrimiento con ociosidad no es tan evidente como podría parecer. A fin de cuentas, implica diferentes conceptos, ya que el aburrimiento resalta un estado psicológico emocional y la ociosidad una forma de comportamiento. Además, el aburrimiento no es una consecuencia necesaria de la ociosidad. Las diversas condenas de la ociosidad- la preocupación filosófica acerca de su indiferencia hacia la autoconstitución y la autonomía, en particular- se basan en la posibilidad, al parecer inquietante y sin embargo real, de que al menos algunas personas sean perfectamente capaces de entregarse a la ociosidad sin que el aburrimiento las perturbe.
Podemos plantearnos, además, el aburrimiento como un fenómeno histórico, una invención- en palabras de Patricia Spacks- que se ha convertido en útil y necesaria solo en un momento histórico relativamente reciente. Entonces, puede que al fin y al cabo el aburrimiento no sea una emoción determinada por la biología, sino un proceso de autocomprensión humana contextualizado de manera histórica. En otras palabras, es un concepto que tiene una historia inseparable de los esfuerzos de los seres humanos por conferirles sentido a sus experiencias. Entras las experiencias del mundo moderno están las sustentadas por los valores de industria y progreso personal sin fin. Tal vez sean esos valores los que instilan la inquietud que altera la ociosidad.
Pero deberíamos comenzar con la pregunta de cuántas formas se cree que adopta el aburrimiento. Un estudio empírico identifica cinco tipos, basados, descorazonadoramente, en el estudio de personas jóvenes en entornos académicos. El primero es el “aburrimiento indiferente” que cuenta con varias cualidades poco preocupantes, como “relajación y cansancio alegre”, una “indiferencia general hacia el mundo exterior, y un apartamiento de este”. El segundo es el “aburrimiento de calibración”, que también parece más que soportable, pues sus sujetos experimentan “pensamientos dispersos”, no saben qué deberían hacer, pero están bastante abiertos a posibilidades que pudieran cambiar su situación inmediata. En el “aburrimiento de búsqueda” se siente una inquietud bastante suave y se buscan de forma activa cauces alternativos. El que parece ser una versión más agresiva del “aburrimiento de búsqueda” recibe el nombre de “aburrimiento reactivo”, en el que aquellos que lo experimentan no solo imaginan otras circunstancias sino que activan pensamientos de escape de su situación inmediata. Y por último la investigación identifica el fenómeno del “aburrimiento apático”, que tiene “poca excitación” y, según el estudio, es “un tipo de emoción más similar a la impotencia o depresión aprendida”. Dos de estos tipos- el indiferente y el de calibración- parecen insinuar las cualidades libres de la ociosidad, lo cual es notable, teniendo en cuenta que el aburrimiento no suele considerarse un estado agradable. Parece, más bien, que se trata de una mala descripción, ya que las experiencias en cuestión en realidad no son aburridas. Tal vez sea más preciso concluir que los individuos implicados no se sienten estimulados por lo que se espera que hagan. Concentrarse en clase y aprender- y su mente divaga. Desde el punto de vista educativo, puede que esto equivalga a una pérdida de tiempo, pero su tranquilidad a duras penas lo equipara con el aburrimiento.
Pero a esta clasificación podemos añadir el “aburrimiento circunstancial”, o tedio, y el “aburrimiento existencial”. Ninguno de los diferentes tipos señala la dolorosa experiencia del tedio que quizá represente la característica más inmediatamente desagradable del aburrimiento. Sí se contiene en el “aburrimiento circunstancial”, una clase que se produce cuando nos vemos privados de la oportunidad de hacer lo que nos interesaría y al mismo tiempo forzados a hacer algo que no nos satisface ni por asomo. En estas situaciones tenemos bastante claro qué es lo que está provocando que nos aburramos, y esperamos liberarnos del aburrimiento en cuando las circunstancias específicas cambien. Esta categoría está sin duda próxima a lo que otros describen como aburrimiento situacional, pero dado que el “tedio” se sitúa en su centro, tal vez un nombre distinto evite la confusión. Peter Toohey describe el tedio del aburrimiento a través de las siguientes propiedades: “duración prolongada”, “predictibilidad” y “confinamiento”. Con respecto a la duración, en vez de esto podríamos creer que es posible que la más tediosa de las experiencias dure solo unos instantes, pero que venga acompañada de la tortuosa sensación de que el confinamiento que implica podría continuar para siempre. De hecho, este sentido de tedio, si está caracterizado por el confinamiento, puede distinguirse del aburrimiento de la saciedad: “la saciedad es un punto en el que un sujeto rechazará de forma voluntaria la tarea, mientras que el aburrimiento sucede si el sujeto se ve obligado a continuar con la tarea más allá del punto de saciedad”. El punto de saciedad puede alcanzarse con gran rapidez en algunos casos. Bajo esta perspectiva, en realidad los individuos no están atrapados en el aburrimiento cuando están situados en una relación voluntaria con las opciones que tienen delante salvo que se les niegue la huida de esas opciones (esa negativa es una parte fundamental de lo desagradable del tedio). La capacidad para escapar por medio de la ensoñación o la imaginación salva al alumnado desconectado de un aburrimiento como este.
Hay un tipo de aburrimiento opaco que puede aparecer en medio de la existencia diaria y que en principio es distinguible del tedio. Esta variedad “existencial” no tiene por qué ser larga ni definitoria desde el punto de vista biográfico. En ciertos momentos, es posible que nuestro juicio se vea afectado por un estado de ánimo que nos lleva a creer que la vida no tiene nada interesante que ofrecernos. Al mismo tiempo, tampoco tenemos claro qué nos interesaría. No tenemos motivación ni capacidad de encontrar actividades agradables, y ninguna de estas dos cosas son, en ningún caso, concebibles desde el interior de la perspectiva en la que caemos durante este tipo de aburrimiento. Tal vez sea demasiado grandilocuente llamar “existencial” a lo que describimos aquí, ya que en realidad puede ser un estado mental breve y pasajero que, de manera temporal aunque inexplicable, deja a quien la sufre con una sensación desagradable de no ver nada que hacer. Sin embargo, incluso el valor mismo de la vida puede parecernos dudoso cuando nos aburrimos de este modo. Se trata de una condición negativa y no tan solo apática.
Las diferencias epistemológicas entre estas dos formas de aburrimiento- circunstancial y existencial- son a todas luces profundas: respectivamente, el conocimiento y la ausencia de conocimiento de lo que aliviaría el aburrimiento. También existe una notable diferencia al nivel del afecto. La agitación es típica del aburrimiento circunstancial o tedio: hay un deseo de escapar del compromiso que las circunstancias han impuesto. Desde la perspectiva de la restricción, es posible que otras muchas posibilidades parezcan deseables. Por el contrario, la forma existencia está caracterizada por un letargo depresivo. No es sosegado, ya que aquellos que se identifican con él se sentirán afligidos por este aburrimiento. Parece confuso que nuestro lenguaje ordinario llame aburrimiento a dos tipos de experiencia tan discrepantes. Podríamos situar un elemento unificador amplio en su sensación de opresión compartida, vinculada con un deseo frustrado de actuar. Un punto de vista popular entre los teóricos es que el aburrimiento posee propiedades curativas. Esta tesis surge de la optimista perspectiva de que el organismo humano está orientado hacia la mejora de su bienestar general. De acuerdo con este enfoque, el aburrimiento tiene una función: es educativo en tanto en cuanto nos ofrece ideas sobre lo que podría resultarnos significativo. El aburrimiento es, por lo tanto, una experiencia valiosa. También podríamos verlo de una manera menos efusiva, como “una emoción adaptativa” que “existe para ayudarte a prosperar”- de hecho, a florecer- alertándote “de situaciones que no pueden causar ningún bien psicológico”. En cualquier caso, no está claro hasta qué punto puede aplicarse esta teoría afirmativa a las experiencias de aburrimiento que no sean las del tedio. Este último tiene contenido epistemológico, ya que nos comunica lo que nos resulta intolerable de nuestra situación.
( Brian O´Connor. Elogios de la ociosidad. Un ensayo filosófico sobre el valor de no hacer nada. Ediciones Koan. Badalona. 2021)