¿Sufren realmente los animales? Podemos estar razonablemente seguros de que los animales no hablan, pero sabemos poco más que eso.
El modo en que respondemos al problema del sufrimiento de los animales, y al más amplio problema de su conciencia, tienen implicaciones directas en otras cuestiones candentes:
*¿Es correcto usar millones de ratas, ratones, e incluso primates, en investigaciones médicas, pruebas de fármacos, etc.?
*¿Es correcto envenenar, gasear y exterminar topos y otros animales considerados “plagas”?
*¿Es correcto sacrificar en mataderos a millones de animales como vacas o gallinas para proporcionarnos alimento?
La mayoría de los filósofos están de acuerdo en que la conciencia, especialmente el dolor y el sufrimiento, resulta decisiva para decidir qué consideración moral deberíamos dispensar a los animales. Si estamos de acuerdo en que incluso algunos animales son capaces de sentir dolor, y en que causar sufrimiento innecesario es un error, debemos concluir que es incorrecto infligirles sufrimiento innecesario. Desarrollar más esta conciencia (decidiendo, en particular, qué ocurre si nada justifica adecuadamente el dolor que infligimos a los animales) se convierte así en una tarea moral apremiante.
¿Qué sabemos de lo que pasa en la cabeza de los animales? ¿Sienten los animales, piensan, creen ¿ ¿Son capaces de razonar? La verdad es que sabemos muy poco sobre la conciencia de los animales. Nuestra falta de conocimiento en este ámbito representa una versión ampliada del problema de saber algo de las otras mentes. Parece que no podemos tener la seguridad de que los demás experimenten las cosas igual que nosotros, o ni siquiera de que experimenten, de modo que no es sorprendente que no estemos en mejores condiciones (posiblemente sean bastante peores) con respecto a los demás animales.
Tanto en el caso de la mente humana como en el de la del animal, todo lo que podemos hacer es usar un argumento por analogía con nuestro propio caso. Los mamíferos parecen reaccionar al dolor de un modo parecido a los humanos, pues rechazan lo que les produce dolor, prorrumpen en gritos y gemidos, etc. También en términos fisiológicos existe una uniformidad básica entre los sistemas nerviosos de los mamíferos; asimismo se han encontrado profundas similitudes en la composición genética y el origen evolutivo. Dadas todas estas similitudes, es plausible suponer que también deberían existir semejanzas en el nivel de la experiencia subjetiva. Y cuanto más próximas sean las similitudes psicológicas, y de otros aspectos relevantes, más segura será la inferencia de similitudes en la experiencia subjetiva.
En este sentido nuestras inferencias sobre nuestros parientes cercanos, los simios y los monos, parecen apoyarse en un terreno relativamente firme; pero el terreno es menos firme con mamíferos más alejados como las ratas y los topos. La analogía es débil pero plausible en el caso de algunos vertebrados (pájaros, reptiles, anfibios y peces) y decididamente precaria cuando se trata de invertebrados (insectos, babosas, medusas). Lo cual no significa que estos animales no sientan, o no experimenten dolor, pero sí que resulta dudoso explicar lo que sienten a partir de una analogía con nuestra conciencia. La dificultad consiste en saber cómo podría poyarse la reivindicación de que sí sienten.
(Dupré. Ben. 50 Cosas que hay que saber sobre filosofía. Editorial Ariel. Barcelona. 2013)