Fácilmente podríamos resolver esta pregunta con un sí y hacer un ejercicio de desglose de datos sobre la importancia de la antropología en el entendimiento de la sociedad y el impacto que esta ciencia podría tener en los métodos de desarrollo sociales como herramienta para el avance de la sociedad en materia de derechos fundamentales. Pero tenemos las suficientes evidencias de que, en nuestra historia de la antropología, no siempre fuimos así- algo que queda claro en el aprendizaje básico de la misma-, sino que, técnicamente, fuimos la herramienta perfecta que permitió un diversas y múltiples ocasiones el crecimiento y la difusión del colonialismo y, en cierto modo, allanar el terreno para la globalización actual, un debate que pueda perenne en el pensamiento filosófico y ético del antropólogo.
En el año 2006, en plena guerra de Irak, el proyecto Human Terrain System sacó, de nuevo, el debate a la palestra señalando cómo la antropología podía estar participando, una vez más, en un supuesto desarrollo positivo para una fuerza occidental en el extranjero (Irak y Afganistán). Básicamente, dicho proyecto (permanentemente oficial desde 2010 y finalizado en 2014) consistía en el uso de profesionales de diversas ramas de la ciencia social, politólogos y lingüistas para responder, según McFate y Jackson, a “brechas identificadas en la comprensión de los comandantes y el personal de los militares (estadounidenses), población y cultura locales”. No obstante, la Asociación Americana de Antropología (AAA) vio del todo inaceptable tal actuación de profesionales de la ciencia antropológica en un proyecto militar que podía no solo embarrare el campo de estudio para el futuro de la antropología en las comunidades de esos estados, sino retomar la parte negativa de la antropología como herramienta de una fuerza invasora sin cumplir con la crítica propia de la academia. En estos términos de actuación, en la comunión de Estado y antropología la AAA recordaba que:
Los investigadores que engañen a los sujetos de investigación sobre la naturaleza de su trabajo o de sus patrocinadores; quienes omitan información significativa que podría influir en la decisión de los sujetos de estudio de involucrarse en la investigación; o quienes de cualquier otro modo investiguen clandestina o secretamente, manipulen o engañen a quienes participan en una investigación, no satisfacen los requisitos éticos de franqueza, honestidad, transparencia y consentimiento plenamente informado.
Ética y antropología (2016). García Alonso.
Como podemos observar, la antropología moderna nos obliga a mantener una disciplina empática y sincera con el sujeto-objeto de estudio, a tener un contacto y comunicación permanente con el plano social y sus integrantes. De otra forma no estaríamos actuando como lo que somos, observadores que, como diría Escobar, “sentipiensan” las realidades diversas de los seres humanos, las registran y las comparten con la intencionalidad de que conozcamos a otro que no es tan otro, sino que es parte de una historia común de una especie compuesta de múltiples historias. También queremos que las personas tengan una vida digna, claro, pero no a toda costa. No por encima de sus formas de vida, sus cosmovisiones, sus afectos. No en aras de un progreso hacia un consumo exponencial arropado por un capitalismo voraz. No mediante una imposición, asimilación o usurpación de su cuerpo, su cultura y su territorio. No a través de un desarrollo que no desarrolla ni de unos objetivos del milenio que no se cumplen. Pero tampoco permaneciendo impasibles ante discriminaciones y abusos de poder vestidos de tradiciones que dañan y humillan a otros seres humanos, porque- y aquí habrá antropólogos que no estén de acuerdo con este punto de vista- no merece la pena conservar ninguna tradición que hiera, humille o haga sufrir a sus partícipes. Las culturas, como dinámicas que son, se tensionan y transforman, y estos cambios culturales deberían perseguir ( y vemos que lo hacen desde dentro) una coexistencia diversa, plural, heterogénea. Pero digna para cada uno de los individuos que la conforman. Como señala Appiah en su obra Mi cosmopolitismo (2008), es necesario desarrollar un ideal ético cosmopolita (compartido) en el que todos contribuyamos para vivir juntos como “una tribu global”.
La antropología no sólo se construye en la observación y vivencia de una cultura y la difusión de lo aprendido desde los ojos de la comunidad, sino también en la comprensión de cuáles son las corrientes que se mueven en esa comunidad. Cualquier organismo cultural, presente, pasado o futuro no es único, sino que porta en su mochila una evolución común con las culturas que la rodean y estas con las más lejanas, siendo la cultura una especie de red telúrica entremezclada porque, al fin y al cabo, “la pureza cultural es un oxímoron”. Pero en esta red telúrica hay problemas. Problemas graves como el racismo, la homofobia, la desigualdad o la violencia de género, entre otros muchos, a los que la antropología, junto a otras ciencias sociales y humanas, tratan de dar visibilidad, de entender y de dar aportes para su eliminación. De este modo, la antropología bucea en este tipo de comportamientos, estudia normas y estructura oficinas para la salvaguarda de los derechos de cualquier ser humano sea cual sea su condición. Volviendo al sí del inicio, no es que la antropología pueda funcionar como una herramienta para terminar con las desigualdades sociales, sino que debe hacerlo. No debemos olvidar, como puntualizaba Rocío Díaz Cerdá (2015) sobre el Estado chileno, que:
[…] el Estado sí demanda que otras ciencias, como la economía, generen conocimiento e intervengan según sus propias lógicas. La antropología tendría una ventaja de generar conocimiento que se vinculara con la gente, generando puentes entre el Estado y las poblaciones que son articuladas bajo él. De este modo, es importante una visibilización que permítala expansión de ventajas técnicas hacia proyectos políticos que puedan cambiar las perspectivas del Estado actual chileno, profundamente neoliberal, coaptado técnicamente por la economía.
Esta apreciación es extensible a la lógica de cualquier Estado que basa sus pretensiones de desarrollo, crecimiento y conocimiento en generar macrodatos o Big Data, excluyendo el carácter humano en el uso de algoritmos que nos dicen con un clic qué creemos necesitar en cualquier ocasión. En un mundo convulso y globalizado, no deberíamos olvidar que humanizar las cosas hará de nuestro entorno, derechos y vida una manera estable, sostenible y reflexionada para afrontar un futuro con muchas problemáticas que resolver.
(Rocío Pérez Gañán. La antropología en 100 preguntas. Ediciones Nowtilus. Madrid. 2019)